divendres, 16 d’abril del 2010

Gitana

Hace unas tres semanas me llamó ilusionada. ¡Por fin se había lanzado a la piscina!

Cogió un vuelo para ir a Berlín, este fin de semana justamente.

Un fin de semana en que un volcán islandés ha abierto la boca y ha cerrado 17 aeropuertos europeos, entre ellos el de Berlín. No ha podido ir, le han cancelado el vuelo.

¡Sólo a ella le pasan estas cosas! Como el día que debía regresar de Dublín, después de un mes. Se presentó al aeropuerto a las 5 de la mañana después de dormirse y cogiendo el taxi que la esperaba ya casi en la carretera. Al llegar al aeropuerto, después de pedir que le guardasen el sitio en la cola de facturación e intentar sin éxito hacer el check-in electrónico vigilando el solitario maletón que ocupaba su puesto en la hilera de pasajeros, le dicen que vuela no a las 7 de la mañana, sino a las 7 de la tarde. 

Mi niña...

diumenge, 4 d’abril del 2010

Trabajo, trabajo, trabajo.

Hoy me ha vuelto a llamar.

"Tengo ganas de llorar".

Le diría que lo hiciese si no fuera porque se hizo una promesa a sí misma. Y romperla la haría sentirse mucho peor. Para ella ha dejado de ser una liberación. Para ella es un símbolo de debilidad y fragilidad. Y eso la encadenaría mucho más. Tiene cierto punto de orgullo en cuanto a promesas se refiere. Si acuerda algo, no le digas que rompa sus palabras. Ni tan siquiera se lo insinúes. Se cabrea y se vuelve agresiva.

"Estoy fumando como un carretero".
"Al final me voy a tomar en serio cuando dices que te vas a morir de cáncer. Contrólate".
"Ya lo sé. Pero no puedo. Me gusta pensar con un cigarro en la mano. Y ya sabes que pienso mucho".
"Debes aprender a estar sola".

No sabe hacerlo. Se derrumba. Cuando se despierta y no sabe que hará el resto del día se desespera. Estoy empezando a creer que realmente es una adicta al trabajo. O al estrés. O a los planes. No lo sé. Solo sé que cuando llegan vacaciones se pone a temblar. Porque empieza a pensar. No puede estar en casa. Se vuelve loca, se pone de mal humor, no tiene ganas de hacer nada. Incluso cuando tiene que hacer cosas. Y eso es lo que le pasa ahora. Debería estar leyendo un estudio pero no tiene ganas.

"No lo consigo. No lo voy a conseguir".

Ella quiere conseguir su sueño. Pero dice que no puede. Lo que le pasa es que lo quiere de verdad, pero cuando es hora de ponerse trazar el camino pierde todas las ganas. No sabe porqué. No se atreve a llamar, no se atreve a escribir, no se atreve a pensar. ¿Para qué? dice. Sabe muy bien lo que quiere y no desea otra cosa pero le da pánico escribir y que otros la lean. Piensa que es patético, que no sabe hacerlo, que no tiene buenas ideas. Y enonces llega el ¿Para qué?. ¿Porqué va hacerlo? Si no tiene madera para ello. Ver como sus compañeras lo van consiguiendo la alegra mucho pero a la vez la deprime más. Porque cree que ella nunca lo logrará. Lo cierto es que sabe que si no lo intenta no lo va a conseguir de veras. Y ya lo sabe, ya. Actualmente se riñe por tardar tanto en alzar la voz y proponer cosas. Pero una fuerza invisible la echa para atrás. Y luego viene el...

"¿Porqué no puedo ser como ...?"

Pues porqué no eres ella. Se compara demasiado. Se refleja en otros y se ve un pez demasiado pequeño para un océano tan grande. Lo único que sabe es que debe intentarlo, pero hay algo, una fuerza invisible que no la deja. Siempre dice que lucha. Que le gustan los retos y las cosas dificiles. Ahora mismo no lo parece, porque como he dicho, no lo está intentando. Pero no hay nada más difícil que luchar contra una misma, contra tus propios miedos. Y está en ello. Eso se le debe reconocer.

"Tomátelo con calma. No mires el reloj. Sal a ver a tus ex compañeros de trabajo o da una vuelta. Recuerda lo que te dijo tu colega delante del Macba con el café en la mano. Debes quemar los cartuchos y los tienes todos aun por empezar. Debes ser tenaz. Y no debes empezar a hacerlo mañana sino ahora. Lánzate. Te salió bien la última vez. Dentro de poco te vas a Berlín. No pienses tanto, hazlo".

"Lo sé. Pero es muy dificil".

Además de aprender a estar sola y a tener vacaciones debe aprender a dejar de pensar. Tiene mucho trabajo.

Vivir en un rincón de una habitación

Me contó que pensó inmediatamente en Amélie. No sólo por el símil de la anécdota sino por que fue una de las escenas que se le quedaron grabadas en la mente.

Me contó que fue una sorpresa. No una sopresa predecible, sino una sopresa inesperada. Una confesión en una casa llena de mulitud hecha en altas horas de la mañana. No sabía qué decir. Dice que sintió muchas cosas a la vez. Pero lo que más la colpió fue que, realmente, el mundo es un pañuelo.

Siempre ha sido demasiado confiada e inocente. Es decir, un desastre. En comisaría la tienen fichada unas tres veces pese a haber perdido o que le hayan robado el monedero más de diez. Y en distintos paises. No tiene solución. Almenos ahora parece que lo tiene más en cuenta. Siempre que sale, tiene el bolso en su regazo. Ya sea en el bar, en casa de las amigas y en su casa. Si la pudiésemos observar cuando duerme, veríamos que el bolso está en la cama de al lado. O en la mesa de la habitación. Pero cerca.

Una de las primeras veces que la robaron fue cuando tenía unos catorce años y con dieciséis ya contaba con tres sustracciones. Dice que siempre piensa en el destino del contenido de su monedero. ¿Adónde irá a parar? ¿En la basura? ¿Lo verá alguien? ¿En el fuego? ¿Se quedarán las tarjetas perdidas en algun lugar y alguien lo encontrará años después? ¿Lo manipularán para que sea de otra persona? ¿Algún día recibirá una multa a su nombre? Me contó que esa noche, después de la barbacoa, alguien le puso solución al dilema.

Un amigo, al que conoció siete años más tarde, le enseñó las fotos de esa primera vez que la robaron. Fotos de cuándo era pequeña, de carné para el colegio en la época en qué era muy importante quedar bien, fotos de un antiguo amor, fotos de amigas. Todas ellas, junto a otras muchas más. "Encontré tus fotos y decidí quedármelas. Luego, cada vez que me encontraba otras, también las guardaba". Dice que les echó un vistazo, "era imposible detenerse en alguna con tantas", me dijo. Hombres, mujeres, abuelos, niños, niñas, rubios, morenas, pelirojas, casados, divorciadas, trabajadores, paradas. Un sinfin de historias detrás de unas pequeñas fotos de carné.

Me dijo que en ese instante se vio a ella misma sentada esperando a alguien en la calle y con la mirada fija en aquellas personas que pasaban por delante suyo. Se recordó imaginando que esconderían detrás, qué historias las llevarían a cruzar la calle en ese momento. Qué tipo de vida llevarían, si tendrían hijos o no, si tendrían algún amante o solo un verdadero amor. Se preguntaba también a qué personas hubiese visto si hubiese llegado cinco minutos tarde. ¿Habría visto al empresario? ¿Habría visto a los niños jugar a la pelota? ¿Habría visto a la chica que, días más tarde, conocería en un bar?

Me decía por teléfono que lo que más le chocó fue que las fotos no las encontró un desconocido. Sino un amigo suyo. "De acuerdo, en ese momento no lo era pero sí ahora. Sí cuando me contó lo de las fotos. De todas las personas que hay en el mundo, de todas las veces que he perdido el monedero, fue él quién las encontró esa vez. Y se las guardó. Y años más tarde nos conocimos para terminar en esa cena para que me diciera que las tenía él". Es curioso. Nos pasamos la vida pensando que estamos solos en el mundo cuando en verdad estamos interconectados. Vayamos lo lejos que vayamos siempre estaremos viviendo en un charco de agua. Casualidad o destino, lo que queráis. Pero quizá no estamos tan solos cómo creemos.

- "Oye, ¿y le preguntaste qué historia se imaginó para ti?"
- "No".
- "¿Porqué?".
- "Me dio miedo su respuesta".