dijous, 13 d’octubre del 2011

Canciones

Hoy se ha pasado el día escuchando música.
Y quizá ha sido una de las primeras veces en que las ha escuchado y no oído. Según qué canciones serán muy ñoñas pero a ver, vamos a ser todos sinceros: ¿quién no se ha identificado con la típica canción cutre de amor? ¡Mentirosos! ¡Todos vosotros y lo sabéis!
Pero hoy no tocaban canciones ñoñas. Ha escuchado música de esta que suena todo el día sin parar en la radio y otra que ya no se escucha pero que ella no puede nunca parar de cantar. Tres canciones han narrado los tres diferentes estados de ánimo de la chica. Canciones que hablaban de sentimientos, de hartazgo y de perdón (que, por cierto, esta última también la han escuchado sus compañeros de trabajo. Llevaba los cascos puestos y canta fatal, de verdad os lo juro por lo que más queráis, pero qué le vamos a hacer. No puede dejar de cantar ni debajo el agua). Canciones comerciales, canciones hechas para vender en su momento, sí, pero al fin y al cabo, canciones que cuentan historias y que te empequeñecen o te agigantan. En nuestro caso, la han empequeñecido.
No ha sido hasta horas más tarde que se ha vuelto como el Gegant del Pi.

A ritmo de canciones comerciales, no ha dejado de bailar en dos horas. Se ha quitado del cuerpo toda la porquería que llevaba dentro en forma de sudor, con la cara roja del esfuerzo (la tenemos resfriada y no respira bien) y la camiseta y los pantalones empapadas. Ha dejado su alma al compás del frenesí, cumpliendo órdenes de una mini-cadena. Y al terminar, un comentario la ha hecho reaccionar.

Sí, hay sentimientos como rezaba la primera canción, pero también mucho cansancio, mucho hartazgo, como cantaba la segunda. Y asunción de culpa, su aceptación y su consecuente perdón porque ha aprendido y esta valiosa lección le vale su propia compasión. La tercera y última cantante así decía y así lo ha hecho saber a sus compañeros de trabajo. Y al final del día, el revivir, el volverse a mover, el avanzar y un estúpido comentario que ilustra lo realizada que te sientes cuando sigues andando.

Porque ha tropezado, no con una piedra, sinó con una montaña. Pero lo bonito de darse cuenta del error, de asumir que se ha hecho mal y que ha aprendido de todo ello, es maravilloso al fin y al cabo.

¿bailamos?

dijous, 6 d’octubre del 2011

De la vida, del amor

Todos nos hemos enamorado alguna vez: de nosotros mismos, de un compañero, de un amigo, de una desconocida o desconocido, de alguien a quién nunca vamos a poder besar, ... todos sabemos qué se siente, lo tontos y absurdos que nos volvemos y las excusas que nos inventamos para convencernos de que, esa persona, es la indicada. Y empezamos relaciones de cualquier tipo: de amistad, de amantes, de pareja formal, de casados o las típicas de “ni contigo ni sin ti”.

Una amiga de mi amiga se quedó soltera hace poco. Dos años de compartir muchos momentos de todo tipo se le fueron al garete en un par de minutos, quizá tres. La noticia sobresaltó a mi amiga, ella los veía ya casados y comiendo perdices. Y resultó que en su cuento de hadas también había una bruja que al fin pudo con ellos.

Las reflexiones que vienen luego son siempre las más interesantes: sacan a relucir lo que realmente siente o piensa uno en este tipo de situaciones y aunque el consuelo a la amiga perdida es el objetivo, en realidad se habla de uno mismo.

En este tipo de filosofías románticas, una tiende a pensar en las cosas de la vida en general. Que si esto no es peor que lo otro, que al menos tienes salud y trabajo, que si no te merecía, que si tu vales mucho, que si eres joven y hay muchos peces en el mar... la vida. Así, en general. Después del consuelo comunitario –porque estas cosas siempre se hacen en compañía- mi amiga se fue pensando en todas esas cosas que atañen a la vida y en cómo se debían encajar los golpes –algunos duros y otros menos- que te vas encontrando por el camino. Ella lo decidió rápido: con optimismo.

De hecho, desde hace mucho tiempo que lo hace. Cualquier decepción, frustración o espera desastrosa le da media vuelta y ya no es tan horrorosa como creía. Al final, lo termina viendo como una oportunidad. Como lo que le está “pasando” y lo pongo entre comillas porque en realidad, es una ningunez –me acabo de inventar una palabra, lo sé. Al final llamaré a los de la RAE, no sabéis lo que me puede llegar a venir a la cabeza-.

Es la primera vez que tiene un “amigo con derecho a roce”. Nunca antes lo había tenido. O estaba con los típicos de sólo una noche (que fueron sólo dos en su vida) o estaba metida en una relación. Así que, vivir este término tan de moda es una experiencia nueva para ella que la volvía loca hasta el día del comité. Allí decidió que eso no era nada, que se mantendría fuerte, distante y fría y que a la vez disfrutaría estando con él esos momentos. Pero que cuando estos llegasen a su fin, él desaparecería de la faz de la tierra. De hecho, nunca habría existido para ella. Y lo consiguió más o menos hasta una noche en que se estampó de narices contra la pared. Todos nos hemos enamorado alguna vez: todos sabemos lo absurdos, tontos y bellacos que nos volvemos, mintiéndonos cada dos por tres para no ver lo que sucede en realidad. Mi amiga no está enamorada, hace ya mucho tiempo que se lo prohibió a sí misma –cosa que de momento está consiguiendo (ya os lo dije, es muy testaruda)-, pero sí siente algunas, pocas, diminutas y apenas perceptibles mariposas cuando está con él.

Hoy se ha estampado contra la pared y se ha dado contra sus propias mentiras, su propia farsa y su propio teatro. ¡Qué frialdad, qué distancia y qué narices! Nada de esto ha conseguido! Y lo peor es que no puede decir nada porque sino incumpliría con el contrato.

¡Qué mierda de relación, oíd! A mi nunca me ha pasado pero viéndola a ella, os aseguro que no firmo ni aunque el que quiera ser mi “amigo” sea el único ser vivo en todo el universo. A mi amiga le gusta mucho, de hecho está encantadísima con él, le gustaría verlo un poco más a menudo, se lo pasa de muerte con él, se entienden y creo que se comprenden. Se compenetran bien, los he visto y se les ve bien, se la ve bien. Y no lo puede tener. ¡Tócate los cojones! Diría ella.

Ya lo sabía que le podía pasar pero esas mentiras inconscientes, esos sueños vaporosos mantenían, en lo profundo de su ser, una microscópica esperanza, sin ser ella consciente de que, quizá, algún día, esto cambiaría. Para bien o para mal, claro. No es que le haya ido mal, ni que él la haya dejado, ni ha pasado nada por el estilo –a ver si os estáis imaginando que la tengo llorando al otro lado del teléfono-. No, simplemente se ha dado cuenta de que esto nunca va a cambiar. Que ella no es nada para él y que los sueños vaporosos se van con un poco de aire al pasar. Simplemente, se ha dado cuenta de que no ha sido suficientemente fuerte, de que se ha traicionado a sí misma, de que se ha mentido en la puñetera cara: sí siente algo por él, ¡qué rabia!.

¿Solución? Su solución ya es desde hace mucho la que os he contado: vivir en un mundo muy lejos de él y solo formar parte del suyo cuando está con él, valga la redundancia. Pero al ver que no, “no te engañes, no eres nada para él”, ha cambiado de decisión. Dice que cree que este fin de semana quizá será el último que se vean. Y que se llamen. Y que trabajen juntos. Así que su plan es disfrutar de este fin de semana el máximo posible, llorar cuando empiece la semana cinco minutos y luego seguir con su vida. Porque cosas peores se han visto y como dice ella: nacemos y morimos solos. No permitirá que nadie la haga infeliz. Se acabó, salió muy quemada de su relación y eso sí que lo tiene claro. Jamás, ya nunca nadie va a poder con ella. Es él quién la va a perder. No ella a él.

Por muy mentira que sea al principio, va ser una verdad gigantesca al cabo de poco.

Y vendrán las charlas típicas conmigo al teléfono pero es que es lo que toca: dedicarse a la profesión, al trabajo y a perseguir los sueños. Pero sobretodo ser feliz. Y ser feliz consigo misma sin la ayuda de nadie. Porque os lo aseguro, no necesita a nadie. Y menos a él.

¡Qué vivan los combates a la vida! Hay que enfrentarse a las decepciones con una buena espada, mirarlas de frente y atravesarles el corazón: hay que vivir, que el tiempo se agota.

dilluns, 25 d’abril del 2011

Maletas

Empaquetar todas tus cosas: la ropa, los zapatos, los jabones, el maquillaje, el cojín, los recuerdos y tú misma.

Cerrarlo todo con cremallera y partir hacia algún lugar con un pie en otro país y el otro en el tuyo. Porque dejas parte de ti en este último, parte de tu vida, parte de tu pasado y parte de tu presente. Te vas con ánimos de aguantarlo todo, de dar guerra, de empezarte a conocer a ti misma, de vivir. De aprender a estar sola y a hacerlo todo sola. Aunque no sea del todo cierto. Porque dejas parte de ti en otro lugar, porque te apoyas en alguien, porque, aun pese a la distancia y a saber que hay fecha de caducidad, crees en ello. Te vas porque crees que es la decisión acertada, porque te va a abrir puertas, porque vas a crecer. Porque vas a volver con medio mundo engullido y solo vas a necesitar un segundo para tragarte la otra mitad. Y cuando crees que no lo has hecho del todo mal, vuelve toda la incertidumbre. Vuelve el vacío. Vuelven los interrogantes y las horas perdidas en tus pensamientos. Has encontrado el punto donde mil flechas te indican caminos diferentes. Solo hay una que no tiene ni principio ni fin. Esa que se te ha cerrado. Que te han cerrado. Porque creías que habías aprendido, que te habías hecho de hierro, porque confiabas que con optimismo todo sale. Todo surge. Todo fluye. Pero nada de eso pasa.

La nube de rosa se vuelve más rosa. Fluorescente, de color chicle. Pero sigues sin entender nada. Admitámoslo, no sé improvisar. No va conmigo. No hay capacidad de reacción. Solo ganas de tumbarte en la cama sin hacer ni decir nada. La misma pregunta, una y otra vez. ¿Porqué? El porqué de todo. Creías haber encontrado un poco de sentido a tus días venideros, una razón en la que atenerse mientras el resto se tambaleaba. Importaba, pero poco. Tenías un apoyo para cuando el mareo aparecía. ¿Y ahora donde está? Se fue. Volviste a lo de siempre.

Y vuelta a empezar.

Empaquetar todas tus cosas: la ropa, los zapatos, los jabones, el maquillaje, el cojín, los recuerdos y tú misma. Para irte no sabes dónde, a hacer no sabes muy bien el qué y no sabes ni con quién.

dijous, 3 de març del 2011

Olvidos

Suerte que no es la única que a veces no le funciona muy bien el cerebro.

Se ve que estaba trabajando en su habitación cuando la madre la llamó la tarde de un sábado.
"¿Te puedes creer lo que me ha pasado?", le dijo Mary.

Mary llevó ese día por la tarde a una de las niñas a teatro y al resto de los hijos al trabajo del padre para que viesen una película en uno de los despachos. De camino a casa, paró en una gasolinera porque la luz del coche le daba señales de que faltaba petróleo en el depósito. Puso la manguera en el agujero para la gasolina pero el fuel salía muy lentamente. "Qué raro.." pensó Mary. Esperó un poco, pero salía saliendo poquito a poco así que decidió preguntar. Entró en la tienda y comentó lo que ocurría y el trabajador, pensando que era un problema de la manguera, salió a comprobarlo. Sí, iba lento. Cambiaron el coche de surtidor. Sucedía lo mismo. El trabajador, que no sabía qué demonios le podía pasar al coche y a la manguera, llamó a su compañero. Este lo comprobó. La gasolina seguía sin salir. "Es muy raro", le dijeron a Mary. "Nunca en nuestra vida habíamos visto nada igual. No sabemos que puede pasar, es la primera vez que ocurre", añadieron. Mary seguía preocupada. ¿Qué le pasaba al maldito coche y a la maldita manguera? ¿Porqué no podía llenar el depósito? Con ella estuvieron los trabajadores un cuarto de hora pensando posibles soluciones al posible problema. Nadie sabía qué hacer.

Al final, Mary consiguió llenar 13 euros a duras penas de petróleo, lo suficiente para poder llegar a casa y llamar al mecánico. Dio las gracias a los hombres que seguían preguntándose qué debía pasar. Enfilando con el coche hacia su hogar, vio que la flecha del marcador de delante del volante subía disparada, indicando que el depósito estaba a rebentar.

"¿Qué?", pensó Mary. Y pensó cinco minutos más. "¡Oh, mierda!".

Había olvidado que su marido había llenado todo el depósito esa misma mañana.

dimecres, 2 de març del 2011

Llamadas nocturnas

Las fiestas en Dublín acaban como acaban o quizá empiezan como empiezan.

Era un viernes cualquiera pero la cosa se les fue de las manos. O no. Mi amiga se reunió en el piso de Mathilde y Helena con Ana y Eleonora. Esa noche fue cuando conocieron a los vecinos de la puerta de delante y cuando bebieron más de la cuenta: vino, rom, whisky y cerveza. Un cóctel explosivo que provocó que todas andasen más contentas de lo habitual. De hecho, mi amiga me contó que esa noche se fue con el último bus de las once y media porque no se podía creer lo borracha que iba. Me contó a los días que recordaba pocas cosas, entre ellas, que hubo un momento en que entraron en una tienda tipo McDonald's para comer y que luego entró en Temple Bar. No se acordaba que antes, ya lo habían probado pero que los de seguridad del bar no las habían dejado entrar por no andar correctamente.

"¡Qué vergüenza cuando me lo recordó Helena! ¿Qué debió pensar Michael?", me dijo. Pero al fin y al cabo, lo que pudiera pensar un conocido de Temple Bar era lo menos de qué preocuparse.

"Eleonora me lo recordó al cabo de dos días. No sé como se me pudo olvidar... Resulta que Eleonora consiguió los números de teléfono del músico que le gusta y se le ocurrió, en el piso de las chicas, llamarle. Y a mí, que no se me puede retar cuando tengo alcohol en la sangre, cogí su teléfono, lo llamé y nos salió una chica. Charlé un rato con ella pero no sé exactamente qué le dije y tampoco sabemos quién era. Pero la lié bastante, di el nombre y apellido de Eleonora y mi número de teléfono. Supusimos que era la mánager del grupo porque el chico le dio a Eleonora la targeta del grupo. ...".

Ojalá. A la semana siguiente, el músico estaba en Temple Bar tomando unas cervezas con sus amigos después de la actuación. Mi amiga estaba dentro bailando cuando apareció Eleonora y le dijo que estando fuera, se le había acercado una chica y que la había empezado a chillar. La chica con la que habían hablado no era ni por asomo la mánager, ¡era la novia del cantante!

"Flipé en colores. Y la pobre Eleonora se comió todo el marrón.. me supo muy mal. Al día siguiente, Eleonora me contó como había ido todo. Se ve que estaba hablando con un chico cuando se le acercó el músico y le preguntó si le había llamado. Eleonora dijo que lo había llamado yo pero que había sido un error, que lo sentía mucho. Cuando el músico se fue, el chico con el que estaba hablando le preguntó: ¿le llamaste tú? ¡Era amigo del cantante! Eleonora a cuadros y al cabo de poco fue cuando apareció la novia y empezó a chillarla toda cabreada... normal... En fin, que le dije a Eleonora que ya le mandaría un correo disculpándome por la llamada y atribuyéndome toda la culpa del crimen. Pese a eso, no entendíamos que hacía la novia con el móbil del músico...".

Mi amiga no esperaba respuesta al correo pero la recibió. El músico le dijo que estuvieran tranquilas, que no pasaba nada y que él también provocaba problemas a veces cuando bebía más de la cuenta. Y que, en el fondo, la historia era muy graciosa.

"Y luego ponía que "claro, Sofie" -la novia del músico- "se estrañó un montón de que unas chicas a las que apenas se las entendía llamaran a mi casa". Luego entendimos porqué nos había contestado la novia y del enorme problema que causé".

dimarts, 1 de març del 2011

Secretos azules

Todo el mundo tiene juguetes. Los bebés tienen sonajeros y a medida que van creciendo, los cambian por muñecos, robots, coches, barbies, juegos de mesas, teléfonos móbiles, wii's, Play Stations, juegos de ordenadores, ... hasta que se hacen mayores y abandonan gran parte de ellos -exceptuando aquellos que son especiales- o bien los cambian por otros. Este cambio se produce especialmente entre los adultos y, sobretodo, cuando empiezan las relaciones de pareja a cierta edad. Los niños y las niñas -que ya no lo son tanto -, puede que adquieran este nuevo tipo de juguetes: los sexuales. Y aún más hoy en día, tan de moda ultimamente.

Mi amiga tiene uno de ellos. Dos, de hecho. Uno se lo compró en un tupper sex por hacer la gracia. Aunque al final, quién hizo la gracia con el vibrador fue su madre que lo mostró toda orgullosa a sus amigas un día por la mañana entre semana en el bar donde hacen el café. El otro, se lo regaló el novio antes de irse a Irlanda y, por sus recomendaciones; chicas: hay que comprárselo. El problema es que es un poquito grande y... azul.

Bien. La niña se lo llevó a su nueva casa de Dublín guardándolo bien escondidito y fuera del alcance de los niños y niñas -de esos que aún juegan con muñecas y Lego-. Me contó que un día de estos, puso las sábanas a lavar aprovechando el buen día que hacía. Se secaron todas a lo largo de las horas a excepción de una pequeña manta que la madre la pone entre el colchón y la colcha por temas de sudor y demás, para que no se estropee el primero. Pese a ello y muy a pesar de la mujer, mi amiga puso las sábanas y la colcha esa noche para poder dormir y dejó esa manta encima de una silla de la habitación para que se terminara de secar y ponerla la noche siguiente.

Pero no hizo falta. A la noche siguiente, la cama estaba hecha. "Yo no la había dejado así", me dijo. Y buscó la manta por si acaso. Efectivamente, la madre había entrado en la habitación y había puesto la manta y hecho de nuevo la cama. "Bueno, pensé. No me gustó mucho la idea porque es mi habitación y esa noche la iba a poner, pero bueno, se lo agradecía de todas formas".

Lástima que al acercarse para coger el pijama y ponérselo, vio en el suelo, al lado de la cama recién hecha, su juguete medio dentro medio fuera de una bolsa de plástico. "Se me cayó el mundo al suelo. A ver, imagínatelo: la cosa es azul, no precisamente pequeña, la bolsa de plástico transparentaba el color y encima se podía leer perfectamente las letras de Love Yourself que tiene en el mango porque este estaba fuera. Estuve a nada de hacerme la maleta y huir de la casa para no ver a los padres por la mañana. ¡¿Porqué soy tan despistada!? Dime, ¿¡Porqué!?".

Y la mañana llegó. Me contó que estaba muy tensa, muy avergonzada y en parte enfadada pero nadie dijo nada. La madre se disculpó por haber entrado en la habitación pero que no podía soportar la idea de que no se pusiera la manta debajo de la colcha. Mi amiga al final le dio las gracias y le dijo que no pasaba nada y cambió rápidamente de tema de conversación.

"Aún no ha mencionado nada".

"Quizá no lo vio", la animo.

"¿Cómo no lo va a ver? ¡Por Dios! ¡Es grande y azul!".

diumenge, 6 de febrer del 2011

Comienzos

Pequeña, pero lo hizo. Volvió a meter la pata.

Ayer empezó a trabajar en un restaurante de delante de su casa. Su única función: recoger mesas y servir y quitar vasos. Nada más simple que eso.

Pero a diferencia de servir mesas en un restaurante español, hacerlo en uno irlandés acarrea ciertos desastres provocados por un oído nada acostumbrado al acento del país. Dos veces llevó la carta de los menús a la mesa donde le habían pedido la factura y sirvió a una niña cree que licor de naranja en vez de fanta de naranja. Y un señor, muy grande todo él, con una barriga aún más grande, se levantó para quejarse de que una chica había servido a su padre el café erróneo (o quizá el whisky). Sí, la chica era ella.

Para terminar, cuando salía de la cocina después de dejar unos platos, tropezó con otro camarero que entraba, haciendo que se le cayera la taza y le enganchase la mano con la puerta.

"Bueno" -le dije-, "no has pasado desapercibida en tu primer día. Esto hará que te vuelvan a llamar o bien para despedirte o bien para que sigas".

"Pffff...", solo me supo decir.

dissabte, 5 de febrer del 2011

io-io

Arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo.




Arriba.





Abajo.

dimarts, 1 de febrer del 2011

Estrenos desastrosos

Mathilde y Helena viven en un apartamento con dos chicas más en la Christ Church Cathedral. Hace poco que la última se mudó a la vivienda pero ya se ha convertido en el piso franco: viernes y sábado, ahí las tienes charlando y bebiendo cerveza.

Un día quedaron para cenar con Eleonora, Piero y mi amiga y una de las compañeras brasileñas del piso, Ana. El plan era cocinar un plato español y otro italiano y luego salir un poco de pubs. Pero Piero vivía en Rathmines y Mathilde y Helena en el centro. Y además, tenían que ir al piso de ellas porque la catalana se tenía que duchar. Así que al final consiguieron convencer al hombre para que fuese él quién se moviera de casa y de este modo, pudieran estrenar, como es debido, el piso de las chicas con una cena y una bonita fiesta después. Los roles ya habían quedado establecidos: Eleonora y mi amiga cocinaban, el resto comía. Se esperaba una noche interesante, claro que sí. Lástima que las cosas se fueran un poco del revés.

Nuestra compañera, como buena catalana y española se encargó de la tortilla de patatas que quemó en el centro dejando solo los bordes comestibles. De hecho, mientras la cocinaba una humareda inundó el comedor de Mathilde y Helena (pero por suerte no se enteraron). Y por si fuera poco, se le enganchó en la paella. Comieron tortilla quemada y rota. Pero es que además, Eleonora, que sólo debía hacer pasta con tomate y chili, también destrozó el plato. Hablando de un hombre que la trae de cabeza, sin querer, en vez de echar un poco de chili, le echó un MONTÓN. Caras rojas, sofocos, vidrios entelados, el agua que se terminó en segundos y mucha calor impregnaron a todos los comensales después del primer bocado. Eleonora y Piero, según ella, no se quejaron demasiado, incluso dijeron que estaba muy buena. "Y lo estaba, pero no veas como me picaba la lengua, nadie podía hablar", me contó.

"Bueno", le dije; "ya tenéis la excusa perfecta para repetir velada".

Malentendidos

"Iba yo andando hacia la gran cita con entusiasmo y aplomo. Después de casi un mes de enviar 30 currículos por semana, por fin tenía una entrevista de trabajo. Además, antes de salir de casa, Mary me había dicho que por la tarde tenía otra entrevista en el bar de delante de casa y me había llegado el libro del Plàcid García Planas (Jazz en el despacho de Hitler) que mi madre me había enviado y tanta ilusión me hacía. Así que era una buena mañana. Sol, poco frío para ser Dublín, todo indicaba que las cosas empezaban a ir hacia arriba y no hacía abajo como me había parecido los últimos cuatro meses.

Llegué al hotel de Blanchardstown temprano, como siempre, y dije en recepción quién era y que tenía una entrevista de trabajo. Así como muy importante quedé yo. En fin, que no había nadie aún y me senté a esperar a John no sé que más y a una señora de la cual tampoco sabía su nombre. Al cabo de un cuarto de hora, llamé a John y me dijo que preguntara por la reunión Living products (o eso entendí) y que fuera allí.

Subí al segundo piso y entré en la sala número 11. ¡Qué sorpresa más... desagradable! Había un señor delante de un proyector con un color de piel muy extraño, dos latinas y tres amas de casa tomando notas y una mesa al lado del proyector llena de productos cosméticos. Aloe Vera, leí. Me senté en la última silla y escuché. Por dios. Era como una secta. Estaban hablando de los milagros de las pastillas, los brebajes y cremas y otros de Aloe Vera: que si es brilliant para los resfríados, que si es wonderful para el colesterol, que si es lovely para la cara, que si el olor es amazing, ... por favor. La señora de la cual no sabía su nombre estaba allí y no dejaba de apuntar a todas las preguntas que las amas de casa hacían que el producto en cuestión "también era muy bueno para la piel". ¡De hecho todos lo eran! Al final creo que todo el mundo comprendió que, por encima de todo, todos los potingues esos eran ultramegahiperbuenos para la piel.

El señor de la piel, valga la redundancia, de un color entre naranja-rojo-moreno era horrendo. Nunca había visto a nadie tan malo haciendo una exposición. Incluso yo puedo ser mejor: me pongo roja, lo cual hace reír a la gente y por lo tanto la charla se hace amena. Ese señor dormía mientras hablaba y entre frase y frase pasaba una eternidad. Además iba comentando los beneficios de las pastillas o las bebidas que él tomaba. No miento si juro que almenos se toma 10 pastillas diarias de cada cosa. Después se levantó la mujer y se puso a detallar los avances de una crema. Infintos. Y todos increíblemente buenos, claro.

Resumiendo, sentía que estaba dentro de una secta, de unos fanáticos de productos Aloe Vera, de unos obsesos de las pastillas, la salud y, evidentemente, ¡la piel! ¡Además hacían preguntas! Pero ¿qué preguntas se puede hacer sobre una simple crema de la que sólo puedes decir: ¿pero porqué es tan cara esa cosita de nada?"?. Fue horrible, la palabra que me sale es flipados. Y obsesionados. Yo no digo que no te cuides, yo soy fan de cuidarse e incluso siempre recomiendo la crema hidratante Aloe Vera (en el Mercadona sólo vale un euro y va genial). Pero de allí, a necesitar 4 horas para ponerte todos los potingues que son buenos para tu piel, para rejuvenecerte, para curarte del colesterol, la grasa, los resfríados, las articulaciones... Incluso renegaron de andar por que claro, "la polución es perjudicial para vuestra piel". Si ahora nos ponemos en el lugar de la señora, me veríais a mi sentada, en la última silla, al rincón, con brazos y piernas cruzados, con la chaqueta en la falda y la bufanda aún puesta en plan "a la que pueda salgo corriendo" y con los hombros encogidos, asustada, con la cara a juego. Sólo pensaba en una cosa desde el momento en que me senté en la sala 11: "NECESITO salir de aquí".

Al final urdí un plan: le dije al hombre-pomelo que creía que me había confundido y que me había equivocado. Me preguntó: "¿quieres que salgamos y te explico un poco de qué va esto?". Ahí fue cuando vino un ángel a rescatarme. Salimos fuera y por poco me río delante suyo. Además de tener la piel extrañamente extraña (me juego lo que quieras a que era de tantos productos Aloe Vera) se llama Ken. No voy a añadir más comentarios.

Resumiendo, quedamos en que ya volvería a llamar para que alguien me contase de qué iba todo aquella secta religionaria con Aloe Vera por Dios. Evidentemente, no lo voy a hacer, conseguí la excusa perfecta para desaparecer del mapa.

Salí casi corriendo del hotel. ¡Me sentí tan estúpida! Tantas ilusiones en unas horas para que en un simple minuto todo se vaya al garete. Pero fue error mío: la próxima vez, me aseguraré de quién me llama".

He tenido que transcribir su anécdota. ¡Qué auténtica!

dissabte, 29 de gener del 2011

Con lentes y a lo loco

A las nueve y media estava en Four Courts esperando el autobús. Hacía media hora que se había levantado y sólo casi tres horas que había dormido. Un plato de pasta a las seis de la mañana requiere su tiempo, aunque de tanto esperar, te entre el sueño. Lo cual, no es de extrañar que en el momento de quitarse las lentes de contacto, la del ojo izquierdo no llegara a su caja. Así que nos la encontramos a las nueve y media de la mañana vestida de fiesta, con pelos a lo afro, con sólo dos horas y pico de sueño y una sola lente en el ojo derecho.

Es necesario advertir que no ve absolutamente nada sin gafas o lentillas en defecto de las primeras. Nada. Si extiende un brazo hacia delante, a partir de donde terminan sus dedos, la realidad se vuelve borrosa, desenfocada y se presenta solo con manchas de colores. Así es que para coger el bus y volver a casa, sufrió bastante. Solo tenía media capacidad para distinguir los números de los vehículos y si lo perdía, debería esperar más de 30 minutos para el siguiente. Y con 4 grados en la calle, la espera no se hace especialmente agradable. Así que ni corta ni perezosa, el primero que llegó a la misma parada le dijo: "¿Me puedes hacer un favor? No veo de lejos y he perdido una de mis lentillas y tengo que coger el bus pero no veo nada. ¿Me puedes avisar cuando llegue el 37?".

Me contó que el hombre se quedó un poco parado pero que fue majo y le iba diciendo todos los números de todos los buses que veía pasar. Aunque de poco le sirvió el hombre porque ella consiguió divisar a lo lejos el 37. Así que de golpe y porrazo le dijo:
"Oh, ahí está! Muchas gracias ya no hace falta solo necesitaba este!. Y me fui corriendo hacia el bus. Lo miré cuando pasamos por delante y el muchacho todavía hacía cara de no saber qué había pasado".

Si es que no tiene remedio.

dimecres, 26 de gener del 2011

Notas

Aún viviendo en otro país con otra familia, no puede dejar de equivocarse.

Se ve que el domingo pasado, cuando se levantó ya no había nadie en casa. Bajó a la cocina y encontró una nota de la pequeña Lucy: "Tienes el desayuno en el horno aunque los huevos te los tendrás que cocinar tú".
Me dijo que lo primero que le vino a la cabeza fue: "Oh, ¡qué mona! Además de dejarnos notas con los padres, ahora también con los niños". Así que se comió el desayuno: salsichas, tostadas, tomate y bacon. "¡Qué rico!".
Lástima que la nota no fuese para ella. Lucy la había escrito para su madre pero se olvidó de poner su nombre así que mi confiada amiga, pensó que iba dirigida a ella. La madre se rió cuando supo que se había quedado sin desayuno pero a ella se le revolvió el estómago.

"Es que todavía no sé de donde sacan que nunca desayuno...", se me disculpó.