diumenge, 6 de febrer del 2011

Comienzos

Pequeña, pero lo hizo. Volvió a meter la pata.

Ayer empezó a trabajar en un restaurante de delante de su casa. Su única función: recoger mesas y servir y quitar vasos. Nada más simple que eso.

Pero a diferencia de servir mesas en un restaurante español, hacerlo en uno irlandés acarrea ciertos desastres provocados por un oído nada acostumbrado al acento del país. Dos veces llevó la carta de los menús a la mesa donde le habían pedido la factura y sirvió a una niña cree que licor de naranja en vez de fanta de naranja. Y un señor, muy grande todo él, con una barriga aún más grande, se levantó para quejarse de que una chica había servido a su padre el café erróneo (o quizá el whisky). Sí, la chica era ella.

Para terminar, cuando salía de la cocina después de dejar unos platos, tropezó con otro camarero que entraba, haciendo que se le cayera la taza y le enganchase la mano con la puerta.

"Bueno" -le dije-, "no has pasado desapercibida en tu primer día. Esto hará que te vuelvan a llamar o bien para despedirte o bien para que sigas".

"Pffff...", solo me supo decir.

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